--Adiós --le dijo besándola en la frente.
Los dos funcionarios, enguantados y con los rostros tapados con paños gruesos, miraron sorprendidos cómo Arnau destapaba la cara de María y la besaba. Nadie quería acercarse a los apestados, ni siquera sus seres queridos, que los abandonaban en la calle o, como mucho, los llamaban a ellos para que los recogiesen en los lechos en que habían encontrado la muerte. Arnau entregó su esposa a los funcionarios, que impresionados, intentaron dejarla con cuidado sobre la decena de cadáveres que portaban.
Con lágrimas en los ojos, Arnau miró cómo se alejaba el carro hasta que se perdió en las calles de Barcelona. Él sería el siguiente: entró en su casa y se sentó a esperar la muerte, deseoso de reunirse con María. Tres dias enteros estuvo Arnau aguardando la llegada de la peste, palpándose constantemente el cuello, en busca de una hinchazón que no llegaba. Las bubas no aparecieron y Arnau acabó convenciéndose de que, de momento, el Señor no lo llamaba a su lado, junto a su esposa.
Ildefonso Falcones, La Catedral del Mar, pp. 344-5
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