12 janeiro, 2011

Palavras lidas #159


Los dos chicos volvieron al bullicio de las calles de Barcelona y deambularon sin rumbo. Arnau esperó a que Joanet se explicase, pero como no lo hacia, por fin se atrevió a preguntar:
--¿Por qué no sale tu madre al huerto?
--Está encerrada --le contestó Joanet.
--¿Por qué?
--No lo sé. Sólo sé que lo está.
--¿Y por qué no entras tú por la ventana?
--Ponç me lo tiene prohibido.
--¿Quién es Ponç?
--Ponç es mi padre.
--¿Y por qué te lo tiene prohibido?
--No sé por qué.
--¿Por qué le llamas Ponç y no padre?
--También me lo tiene prohibido.
Arnau se paró en seco y tiró de Joanet hasta que lo tuvo cara a cara.
--Y tampoco sé por qué --se le adelantó el muchacho.
Siguieron paseando; Arnau intentaba entender aquel galinatías y Joanet esperaba la siguiente pregunta de su nuevo compañero.
--¿Cómo es tu madre? --se decidió Arnau al fin.
--Siempre ha estado ahí encerrada --contestó Joanet, haciendo esfuerzos para esbozar una sonrisa--. Una vez que Ponç estaba fuera de la ciudad intenté colarme por la ventana pero ella no me lo permitió. Dijo que no quería que la viera.
--¿Por qué sonríes?
Joanet siguió caminando algunos metros antes de contestar:
--Ella siempre me dice que debo sonreír.
Durante al resto de la mañana, Arnau recorrió cabizbajo las calles de Barcelona tras aquel niño sucio que nunca habia visto el rostro de su madre.

Ildefonso Falcones, La Catedral del Mar, pp. 90-1

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